La ley de los judíos debe parecer a las naciones civilizadas tan extravagante como su conducta; si no fuera divina, pudiéramos considerarla como dictada para salvajes que empiezan a reunirse para constituir un pueblo; pero siendo divina, no alcanzamos a comprender por qué no ha subsistido siempre, no sólo para ellos, sino para todos los hombres.
Siempre nos ha causado extrañeza que ni siquiera insinúe el dogma de la inmortalidad del alma esa ley titulada Levítico y Deuteronomio.La ley judía prohíbe comer anguilas porque no tienen escamas, y liebres porque rumian y no tienen el pie hendido. No cabe duda que los judíos tendrían liebres que serían de otro modo que las nuestras, porque las nuestras tienen el pie hendido y no rumian. Para ellos el grifo es inmundo, las aves de cuatro pies son también inmundas, pero estos animales son muy raros. Todo el que tocaba un ratón o un topo era impuro. Se prohíbe en la ley judía que las mujeres se acuesten con caballos y con asnos; para hacer esta prohibición era preciso que las mujeres judías se hubieran dedicado a semejantes galanteos. Se prohíbe a los hombres ofrecer la esperma a Moloch, y para que no se crea que esto es una metáfora, repite la ley que se refiere al semen del macho. El texto llama a esta ofrenda fornication. En esta parte es curioso el libro sagrado: según parece, era costumbre en los desiertos de la Arabia ofrecer a los dioses ese singular presente, como es costumbre en Conchín y en otros países de la India, según nos aseguran, que las doncellas entreguen su virginidad a un príapo de hierro en el templo. Esas dos ceremonias prueban que el género humano es capaz de todo. Los cafres, que se cortan un testículo, ofrecen todavía un ejemplo más ridículo del fanatismo de la superstición.También es una ley judía muy extraña la que trata de la prueba del adulterio. La mujer que es acusada por el marido de ese delito comparece ante los jueces, y le dan a beber el agua de los celos mezclada con absintio y con polvo; si es inocente, esa agua la hace más hermosa y más fecunda; si es culpable, los ojos le saltan de las órbitas, se le hincha el vientre y revienta a presencia del Señor.No me ocuparé detenidamente ahora de los detalles de los sacrificios, que no eran mas que ceremoniosas operaciones de carniceros; pero no quiero pasar en silencio una especie de sacrificio que era muy común en aquellos tiempos bárbaros. Manda expresamente el capítulo XXVII del Levítico inmolar a los hombres que hayan incurrido en el anatema del Señor. «No hay para ellos rescate —dice el texto—; es preciso que la víctima prometida expire.»
No cabe duda, pues, de que los judíos, obedeciendo a sus oyes, sacrificaban víctimas humanas. Esos actos religiosos estaban en armonía con sus costumbres; sus mismos libros os representan degollando sin misericordia a todos los que encuentran a su paso, reservándose únicamente las doncellas para su propio uso.Es muy difícil, y además poco importante, averiguar en qué época se redactaron esas leyes que han llegado basta nosotros, pero basta saber que son antiquísimas para conocer que las costumbres de entonces eran groseras y feroces.
Siempre nos ha causado extrañeza que ni siquiera insinúe el dogma de la inmortalidad del alma esa ley titulada Levítico y Deuteronomio.La ley judía prohíbe comer anguilas porque no tienen escamas, y liebres porque rumian y no tienen el pie hendido. No cabe duda que los judíos tendrían liebres que serían de otro modo que las nuestras, porque las nuestras tienen el pie hendido y no rumian. Para ellos el grifo es inmundo, las aves de cuatro pies son también inmundas, pero estos animales son muy raros. Todo el que tocaba un ratón o un topo era impuro. Se prohíbe en la ley judía que las mujeres se acuesten con caballos y con asnos; para hacer esta prohibición era preciso que las mujeres judías se hubieran dedicado a semejantes galanteos. Se prohíbe a los hombres ofrecer la esperma a Moloch, y para que no se crea que esto es una metáfora, repite la ley que se refiere al semen del macho. El texto llama a esta ofrenda fornication. En esta parte es curioso el libro sagrado: según parece, era costumbre en los desiertos de la Arabia ofrecer a los dioses ese singular presente, como es costumbre en Conchín y en otros países de la India, según nos aseguran, que las doncellas entreguen su virginidad a un príapo de hierro en el templo. Esas dos ceremonias prueban que el género humano es capaz de todo. Los cafres, que se cortan un testículo, ofrecen todavía un ejemplo más ridículo del fanatismo de la superstición.También es una ley judía muy extraña la que trata de la prueba del adulterio. La mujer que es acusada por el marido de ese delito comparece ante los jueces, y le dan a beber el agua de los celos mezclada con absintio y con polvo; si es inocente, esa agua la hace más hermosa y más fecunda; si es culpable, los ojos le saltan de las órbitas, se le hincha el vientre y revienta a presencia del Señor.No me ocuparé detenidamente ahora de los detalles de los sacrificios, que no eran mas que ceremoniosas operaciones de carniceros; pero no quiero pasar en silencio una especie de sacrificio que era muy común en aquellos tiempos bárbaros. Manda expresamente el capítulo XXVII del Levítico inmolar a los hombres que hayan incurrido en el anatema del Señor. «No hay para ellos rescate —dice el texto—; es preciso que la víctima prometida expire.»
No cabe duda, pues, de que los judíos, obedeciendo a sus oyes, sacrificaban víctimas humanas. Esos actos religiosos estaban en armonía con sus costumbres; sus mismos libros os representan degollando sin misericordia a todos los que encuentran a su paso, reservándose únicamente las doncellas para su propio uso.Es muy difícil, y además poco importante, averiguar en qué época se redactaron esas leyes que han llegado basta nosotros, pero basta saber que son antiquísimas para conocer que las costumbres de entonces eran groseras y feroces.
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